La Posmodernidad, una Actitud Crítica Radical con Raíces Inesperadas en la Filosofía Clásica
Por Melchisedech D. Angulo Torres/ Politólogo
Es un debate recurrente en la esfera pública la definición de la Posmodernidad. Lejos de ser un mero epíteto para la época actual o una moda cultural pasajera, el análisis filosófico riguroso la establece como un movimiento intelectual específico, una profunda y sistemática embestida contra los cimientos de la Modernidad Ilustrada. Esta oleada de pensamiento, gestada principalmente en Francia a partir de la segunda mitad del siglo XX, se caracteriza por su escepticismo radical hacia los metarrelatos —las grandes narrativas de progreso, razón universal y sujeto unificado— que históricamente han legitimado la civilización occidental y sus instituciones.
El movimiento posmoderno no surgió de la nada. Para entender su impacto, es crucial situarlo en un linaje generacional. Es la culminación de una crisis de la modernidad iniciada por pensadores como Nietzsche y Heidegger. En este sentido, la Posmodernidad (1950-1980), con figuras como Jean-François Lyotard, Gilles Deleuze y Michel Foucault, constituye la tercera generación filosófica que heredó la crítica al racionalismo absoluto. Esta generación llevó las herramientas conceptuales de la fenomenología y el existencialismo a una conclusión definitiva: la verdad universal y la identidad estable son ilusiones insostenibles.
Sorprendentemente, un precursor vitalista en este linaje es Henri Bergson (1859-1941), a menudo catalogado como pensador moderno. Bergson, al oponer la Duración (Durée) cualitativa y creadora al tiempo mecánico y al privilegiar la Intuición sobre el intelecto, preparó el terreno para la ontología del flujo. Su vitalismo fue el eslabón clave que, al cuestionar la linealidad del progreso, conectó la crisis de la Modernidad con la subsiguiente explosión posmoderna, dando herramientas para rechazar la primacía de lo espacial y estático en el pensamiento.
Esta herencia vitalista alcanzó su madurez crítica en la obra de Gilles Deleuze (1925-1995). Deleuze construyó una ontología de la diferencia que es radicalmente antitética a los postulados modernos. Al invertir la primacía de la identidad sobre la diferencia y proponer el modelo del rizoma —una red no jerárquica y de conexiones heterogéneas—, rompió definitivamente con las estructuras fijas del pensamiento trascendental. Para Deleuze, la realidad es un devenir constante, una producción inmanente y deseante, que toma el flujo bergsoniano y lo transforma en un sistema filosófico que disuelve el concepto tradicional de “ser”.

El diagnóstico definitivo y la teorización del movimiento vinieron de la mano de Jean-François Lyotard (1924-1998). Su obra canónica, La condición posmoderna (1979), definió el fenómeno como la “incredulidad hacia los metarrelatos”. Lyotard demostró que en la era de la tecnología y los medios de comunicación, el saber se ha fragmentado en una multiplicidad de juegos de lenguaje inconmensurables, sin un metalenguaje universal que pueda legitimarlos. Su análisis no fue solo una crítica, sino una autorreflexión sobre las condiciones del conocimiento y la legitimidad en el nuevo panorama cultural.
En conclusión, la Posmodernidad debe leerse como un linaje intelectual coherente y radical, no como una mera periodización histórica. Desde la crítica al tiempo homogéneo de Bergson, pasando por la ontología de la diferencia de Deleuze, hasta el diagnóstico de la fragmentación del saber de Lyotard, este movimiento fue una respuesta generacional a las catástrofes del siglo XX. Su legado filosófico es una insistencia innegociable en la heterogeneidad y la vigilancia crítica frente a cualquier intento de represión instrumental de las diferencias.
@_Melchisedech