La “Alternancia” NO es Sinónimo de “Democracia Consolidada”
Por Melchisedech D. Angulo Torres/ Politólogo
El debate político actual a menudo incurre en una peligrosa simplificación conceptual. Términos académicos cruciales se usan a la ligera, desdibujando la realidad de nuestro sistema. Dos conceptos centrales de la ciencia política, Alternancia y Transición, son constantemente confundidos o equiparados, un error que beneficia a aquellos que buscan disfrazar una frágil democracia naciente con el ropaje de un régimen plenamente consolidado. Un análisis riguroso, basado en las luminarias del saber como Dieter Nohlen y Norberto Bobbio, es imperativo para clarificar estas distinciones que tienen profundas implicaciones para la estabilidad y legitimidad de nuestro proyecto político.
La Transición, tal como la reconstruye el pensamiento de Norberto Bobbio, es, en esencia, un proceso fundacional. Es la ruta de “reforma pactada” o “ruptura controlada” que lleva a un sistema político desde el autoritarismo hacia el establecimiento de la democracia procedimental. Es el momento incierto y lleno de estrategias donde se desmontan las viejas estructuras y se erigen las nuevas reglas del juego, como la legalización de partidos o la convocatoria a las primeras elecciones verdaderamente competitivas. El concepto bobbiano es un mapa que describe la génesis de un régimen; es la fase de partida. Confundir nuestra situación actual con una simple transición es ignorar los avances logrados y las instituciones ya consolidadas.
La Alternancia, por el contrario, no es el proceso de fundación, sino la condición que comprueba la validez del régimen ya establecido. Según la definición canónica de Dieter Nohlen, la alternancia es la “prueba más tangible del funcionamiento de la democracia representativa”, el cambio efectivo de partido o coalición gobernante a través de elecciones. Es decir, la alternancia es la consecuencia lógica de una competencia política sana y la materialización de la soberanía popular en una democracia que ya ha superado su fase de transición. Es el resultado, no el camino; es el termómetro que mide la salud de un paciente que ya se levantó de la cama de operaciones de la transición.

La diferencia es vital y marca una brecha generacional en la vida política del país. Los críticos y la oposición, aferrándose al discurso de la “transición inconclusa”, buscan deslegitimar las instituciones electorales y la soberanía popular. Al exigir “alternancia” como si fuese el primer y único indicador de que el proceso fundacional ha terminado, no hacen más que ignorar que la democracia de un país no se mide por la rotación obligada de sus élites, sino por la posibilidad real de que ocurra esa rotación. Si las condiciones de competencia son justas, el resultado de las urnas es legítimo, con o sin cambio de partido.
Es crucial, por lo tanto, rechazar la narrativa que equipara ambos términos. Nuestra nación ya ha pasado la fase de Transición y ha establecido una democracia robusta en términos procedimentales. Ahora se encuentra en una etapa donde la Alternancia es una posibilidad real y recurrente, pero no una obligación forzada. Exigir la alternancia como un imperativo categórico, y no como un posible resultado de la competencia, es la nueva trampa conceptual del conservadurismo para sembrar dudas sobre la legitimidad del voto popular cuando el pueblo decide la continuidad de un proyecto de transformación.
@_Melchisedech


