¿El Principio del Fin del Bloque Occidental tras Alaska?
Por Melchisedech D. Angulo Torres/ Politólogo
La relación entre Estados Unidos y Rusia se ha deslizado a un punto de tensión estratégica sin precedentes tras la cumbre de Anchorage, Alaska, en agosto de 2025, un encuentro que prometía un respiro diplomático pero que, en cambio, ha inyectado nueva volatilidad al conflicto en Ucrania. La ausencia de un acuerdo concreto y la controvertida declaración del presidente Donald Trump, sugiriendo que “la carga para un acuerdo de paz recae ahora en Ucrania para ceder territorio”, han marcado un polémico punto de inflexión.
Esta postura, interpretada por muchos como una presión directa sobre Kiev para que acepte concesiones territoriales, no solo ha alarmado a los aliados europeos, sino que también ha establecido un nuevo y peligroso marco para las negociaciones, priorizando la rapidez del cese al fuego sobre la integridad territorial.
Mientras la diplomacia se tambalea, el escenario militar se oscurece con la posibilidad de una escalada extrema. Washington está considerando seriamente el suministro de misiles de crucero Tomahawk u otros sistemas de largo alcance a Ucrania. Esta medida, que Moscú ha calificado de “provocación extrema” y una clara “línea roja”, permitiría a las fuerzas ucranianas alcanzar objetivos en la profundidad del territorio ruso, alterando drásticamente el equilibrio militar. Sumado a esto, la confirmación de que Estados Unidos está proporcionando inteligencia para atacar infraestructuras energéticas rusas representa una participación más directa y ofensiva en el conflicto, que el Kremlin percibe como una amenaza directa a su seguridad nacional. La contención geográfica del conflicto está en riesgo de difuminarse. La retórica pública posterior a la cumbre refleja un rápido deterioro de la confianza. El presidente Trump ha manifestado estar “muy enojado” con su homólogo ruso, Vladímir Putin, aparentemente por la inflexibilidad rusa sobre los términos de la tregua. Por su parte, Moscú acusa abiertamente a las potencias europeas de sabotear el “impulso para la paz” generado en Alaska. Este cruce de acusaciones erosiona la ya frágil base de confianza necesaria para cualquier diálogo sustancial y ha envenenado el pozo de la diplomacia.

A pesar de la hostilidad, ambas partes han confirmado que los canales de comunicación técnicos se mantienen abiertos, creando una dualidad volátil donde el diálogo coexiste con las amenazas.
La estrategia de la administración Trump en el conflicto ucraniano se revela como una mezcla de alta presión y pragmatismo unilateral. Si bien Rusia ha reconocido que ciertas políticas externas de Trump “se alinean bastante con nuestra visión”, esta percepción de convergencia se ve constantemente contrarrestada por la persistente amenaza de nuevas sanciones económicas, aranceles al petróleo ruso y condiciones estrictas para un alto al fuego. Esta estrategia híbrida busca debilitar la base financiera rusa para forzar concesiones, pero al mismo tiempo genera profunda desconfianza entre los socios tradicionales de Estados Unidos, quienes ven cuestionada la fiabilidad de su alianza.
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